En ocasiones un acontecimiento agitaba sus emociones y las convertía en un carrusel de sentimientos que no se podían detener por mucho que lo intentara. En esas horas, la actividad se paraba, salvo la de pensar la forma de parar aquello. Se paraba el disfrute, la contemplación de la naturaleza, la charla sosegada y, sobre todo, la escritura. Los objetivos se desdibujaban, el tiempo quedaba en suspenso y todo se convertía en un paréntesis de nieve a la espera de que se deshelara. Nunca esos paréntesis fueron productivos. Solamente nadas y desolación. Una absurda respuesta a un estímulo aún más absurdo. Había decidido que esa sería la última vez que ocurriera. Pero no tenía seguridad de que podría cumplir esa promesa hecha a sí misma. Nieve sobre mojado.
Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo. A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan
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