Ir al contenido principal

Mujeres que piensan


He seguido hasta hoy el consejo de mi madre: "Las amigas, mejor guapas y listas. Las feas y torpes te harán la vida imposible". Así lo he hecho y creo que solo ha habido una excepción. Una amiga bastante torpe y poco agraciada que, sin embargo, resultó ser leal y honesta, aunque no fue capaz nunca de aprender los pasos de baile. Pero, por lo general, mis verdaderas amigas, con más o menos asiduidad, responden a ese patrón: mujeres agradables, hermosas muchas de ellas, generosas e inteligentes. 


Así que la idea de este post me ha venido contemplando la obra del pintor post-impresionista Fernand Toussaint (1873-1956). Es una obra llena de mujeres pensantes. Algunas tienen libros o cartas en las manos; otras, hojean una revista; todas tienen un aire de profundidad en sus miradas que me indican que están con sus neuronas completamente activas. Incluso las que permanecen con los ojos lejanos y las manos posadas sobre el cuerpo, en apariencia inmóviles. Todas ellas son mujeres que piensan. Como mis amigas. 


Ser mujer es muy difícil. De toda la vida. Nuestras abuelas lo tenían difícil. Mis dos abuelas, por ejemplo, fueron mujeres con una vida muy dura. Una de ellas perdió a su hijo mayor en la flor de la vida y nunca se recuperó de ello, de modo que se aisló en una especie de burbuja en la que estaba solamente ella y el rostro amado de ese hijo. La otra contempló la muerte de su marido, muy joven, debido a sus ideas políticas. Antes había vivido la estancia de él en la cárcel. Un marido enamorado, dispuesto, íntegro, defensor de sus ideas y amante padre. Cuando se murió, ella continuó mirando al mundo de frente, cuidando de sus hijos y adorando su memoria. Dos mujeres, dos actitudes. A ninguna de las dos habría que reprocharles nada. 


También nuestras madres lo han tenido difícil. Mi madre era una mujer muy inteligente, con una gran expectativa vital que se vio truncada ante lo más sencillo. Su sentido del humor, su ironía finísima y su fuerza interior, la empujaron a continuar aunque era consciente de lo que le faltaba. En mi calle, había muchas mujeres como ella, quizá no tan leídas y tan ingeniosas, pero todas ellas muy especiales, llenas de energía, de visión, de objetivos. Sus maridos eran seres oscuros, perdidos en la niebla del trabajo diario, pero ellas animaban la existencia con sus conversaciones, risas, secretos y sueños. Se establecía así una red de relaciones que hacía más soportable las ausencias, las pérdidas, la desgana. 


¿Y nosotras? Mis amigas y yo tenemos claras algunas cosas pero nuestros interrogantes son aún mayores. Sabemos qué queremos pero somos conscientes de las dificultades, de los muros y de las batallas por librar. Todas ellas tienen una gran dosis de sentido común y de paciencia, pero esta se ve colmada algunas veces. Todas ellas tienen mucho que decir en esta sociedad pero no siempre disponen de los altavoces necesarios. Han sufrido situaciones difíciles y las han afrontado con elegancia, sin alharacas, con firmeza y resolución. Y piensan. No pueden dejar de pensar. No son geishas, son mujeres, con todo lo que eso significa. 


Por eso creemos en la terapia entre amigas. Esas conversaciones a dos o varias bandas en las que fluye todo con naturalidad. La lealtad entre las mujeres cuando la amistad es cierta no puede compararse con nada. Esa mala fama que nos adjudican acerca de que nos comportamos como brujas no es nada que se parezca a nosotras, mis amigas y yo no somos así, estamos lejos de esa absurda competencia inventada. De modo que las imágenes maravillosas de mujeres pensantes de Fernand Toussaint sirven para recordarnos que cualquier momento es bueno para la confidencia, la risa compartida y el cariño que nos salva de las peores zozobras. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co