Baeza es la ciudad de los perros. Todos ladran a la caída de la tarde. Es posible oírlos desde cualquier calle, desde todas las plazas. El atardecer es en Baeza una hora triste, indecisa, ajena a esta ciudad llena de contrastes. Una ciudad de piedra que avanza por entre un mar de olivos; un océano verde y rumoroso que dibuja a las claras la noche y el día. Pero la tarde… ¡ay, la tarde ¡ Las esquinas se llenan de ladridos, en un guirigay que no cesa, en un caos asfixiante de sonidos que te asaltan de pronto y resultan inexplicables. Cuando hace unos pocos años llegué a Baeza para asistir a unas conferencias en su Universidad de Verano ya percibí esos sonidos la primera tarde. Era un mes de Agosto caluroso y seco como suelen serlo en Andalucía. Yo andaba, al principio, despistado y somnoliento, poco habituado a aquel calor casi estepario, proviniendo, como es mi caso, de una ciudad pegada al mar. No conocía apenas a nadie y tampoco me encontraba con el mejor ánimo para entablar re
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