Ella y yo coincidíamos en dos cosas fundamentales. El cine y los libros. El lenguaje del cine creó un lugar común, un paraíso compartido en el que las confidencias eran posibles. La diferencia de edad no suponía gran cosa, porque cuando nací ella era muy joven, pero sí lo suficiente como para no entendernos en algunos aspectos. La vida va cambiando las ideas y los hijos y los padres se separan, como meandros de un río común que se desgaja sin quererlo. Pero el cine, y también los libros, eran la causa en la que estábamos a medias. El gusto por el cine es una herencia imposible de renunciar. Los nombres de los actores y las actrices, el recuerdo de las sesiones de cine en la infancia, las risas a cuenta de tal o cual película, los llantos en otras, todo eso tiene un sabor único que nunca se pierde. Él era uno de esos reyes que se aposentaban en la salita para compartir las horas de la sobremesa o los cinefórum improvisados. A ella le gustaban los hombres guapos y, como esta
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