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Despedida sin beso

Durante un tiempo el sonido de su voz, un mensaje o un correo electrónico, abrían la caja de los placeres, activaban un resorte inigualable. Daba igual la hora del día o de la noche, la estación, el frío, el calor o la lluvia. Daba igual la pena o el silencio. Igual la mentira o la farsa. Las ocupaciones quedaban atrás y se abría una puerta que nunca pensó iba a traspasar.  Ella nunca lo esperaba. Siempre le parecía una sorpresa, un regalo. Era un regalo que venía sin merecerlo, que él le hacía y que llenaba todas las horas sin que nada pudiera comparársele. A veces había un previo aviso de horas o de días. En otras ocasiones, surgía de improviso. Y siempre el mismo ritual: Ducha, agua muy caliente, los ojos abiertos bajo el agua, el pelo que hay que frotar bien, el champú que huele tan agradable, esa crema para el cuerpo, que hace juego con el perfume. Las piernas, los brazos, los hombros, como si, en realidad, él fuera a acariciarla. Elegir la ropa, buscar aquello que más

"Ayer no más" de Andrés Trapiello

Hace unos días me prometí a mí misma no comprar libros que no vaya a leer de inmediato. Porque sucede que los guardas en una de las estanterías de "libros por leer" y se te olvida. No está bien olvidarse de un libro. Como no está bien olvidarse de las personas. El olvido solo está justificado en caso de desamor. Si sobreviene el desamor, el olvido es la única palabra que cuenta. Esa y "adiós".  Tengo que decir que para mí el mejor Trapiello es el de "Las armas y las letras" y es ahí donde he hallado los motivos para seguir su trayectoria. Este que comento ahora bien podría ser una novela, un reportaje, un documento de estudio, un texto para rellenar la inmensa estantería de "libros sobre la Guerra Civil". Se han escrito tantos que hay dentro de ese género otros sub-géneros, como este: "Memoria histórica". Casi todos nosotros podríamos escribir un libro así, o, al menos, rellenar algunos apuntes, tener algo que decir. En este ca

Gente andarina

El mejor y mayor adjetivo que se le ocurre a Caroline Bingley para ponderar a Elizabeth Bennet no es otro que este "es una buena andarina". Y todo porque Lizzy recorre los cinco kilómetros que separan su casa de Netherfield para asegurarse de que su hermana Jane se encuentra bien después del chaparrón de la tarde anterior. Tal despliegue de sentimientos fraternales se unen, por lo tanto, al gusto especial de la protagonista de ""Orgullo y Prejuicio" por las caminatas. En realidad y fijándonos bien el andar es uno de los placeres de las chicas Austen, sean estas las que sean. También Emma recorre el perímetro de su hacienda y llega andando hasta el pueblo, además de recomendar a su padre, el señor Woodhouse que haga todos los días ejercicio. Los ingleses son muy dados al aire libre, al deporte y a cualquier despliegue gimnástico, pero es especialmente destacable cómo la práctica del paseo y aún de la marcha se refleja con toda claridad en los libros de Aust

Epistolario táctil

Cuando leí este libro me divertí mucho. Ahora lo he releído y sigue divirtiéndome. Lo mejor de todo es el tira y afloja entre Leo y Emmi, que se relacionan por correo electrónico. Cuando las redes sociales eclosionaron hubo quien pensó que eso era la muerte del email, pero no es cierto. Las redes sociales propician una relación de uno con todos y, aunque existen los privados, la intimidad no es posible. Por su parte, lo mismo sucede con WhatsApp o Telegram o cualquiera de esos sistemas de mensajería en los que uno aparece en línea a poco que entra y ya te saturan de mensajes. Por no decir nada de los grupos que nunca dejan de sonar.  El correo electrónico es otra cosa. Un invento magnífico. Una manera de escribir cartas, de llevar un epistolario, con las condiciones de tranquilidad, intimidad y confianza que las cartas exigen. No hay inmediatez en la respuesta y puede uno conservar los que quiera y destruir los otros. Largos, cortos, mejor o peor escritos, un correo electrónico

"La edad ingrata" de Henry James

Mi deuda de gratitud con Henry James es impagable. No solamente por las obras que escribió, sino por el magisterio que ejerció sobre escritores (y escritoras) que forman parte de mi universo literario.  Dicho así suena trascendente y un poco cursi, pero así soy yo, demasiado trascendente y un punto cursi, en honor a mi tierra de origen, donde parece que se originó la palabrita.  Leer a Henry James es una delicia. Y "La edad ingrata" es buen ejemplo de ello. Me gusta además cómo este hombre realiza una introducción de lo que vas a leer con una cantidad de claves literarias y lingüísticas que me resultan tan interesantes como el contenido mismo. En el ejemplar que manejo (una edición de 1996 de Seix Barral-Biblioteca Breve), la traducción es de Fernando Jadraque. Tengo que decir, como tantas otras veces, que mi deficiente dominio del inglés me impide disfrutar de estas obras en versión original así que me tengo que fiar de las traducciones y los traductores.  La port

"Los niños tontos" Ana María Matute

Hay un ejercicio que me gusta hacer cuando llega el tiempo espacioso de las vacaciones. Nota al margen: que conste que escribí "despacioso" pero el corrector del Air me ha corregido a su vez y así ha surgido "espacioso" que es una palabra que también encaja a la perfección porque puede significar que hay espacio para todo, tiempo para aburrirse, que me decían cuando era chica.  Ese ejercicio es husmear por las estanterías de mis libros a buscar cualquier cosa que me llame la atención y que me haga detenerme. Hay libros que ni siquiera recuerdas haber leído, haber comprado o que te hayan regalado. Dedicatorias curiosas de gente que ya no está en tu vida o que nunca estuvo, a pesar de que te regaló un libro. Algunos de esos libros, sin embargo, encierran un significado muy especial.  Este es uno de ellos. Apenas tenía yo veinte años cuando lo leí, en esa edición de Destino de unos años atrás (la tercera edición, he de decir) y tengo en la cabeza la sensació

Azul, el azul, todos los azules

(Raoul Dufy) Brillas con el azul, pensó cuando observó que llegaba, con ese paso rápido, nervioso y lleno de preguntas sin respuestas. Brillas con el azul y por eso me asusta mirarte y descubrir que hay un motivo que antes de ahora no era. El día que descubrió que un algo súbito había cubierto su corazón de escarcha ardiente, él vestía de azul, el color que mejor se asemejaba con su voz y sus manos. Las manos son azules, pensó ella. Se mueven como si siguieran el ritmo de una canción no escrita, una melodía inventada, inexistente, invisible, única. La voz es azul, siguió pensando. Un tono diminuto con ecos del pasado que no quiere dejarse atrás por nada y con una leve, insignificante esperanza, trasunto de un alma dividida. No sé por qué, no sé por qué ni cómo, repetía.  Había amanecido azul-prusia y las horas siguieron azul-verde, color del mar y de la brisa que azotaba el río, canal arriba, esclusa, azul-cobalto, en ese tránsito de puentes en el que era posible verlo a ca

He abrazado el alba del verano

Como si fueran noches sucesivas que no se detienen y que impiden que duermas, pobladas de desafíos y de insomnios duraderos, así los veranos ocurren y en cada uno de ellos encuentro una música que los define, una imagen que los fija en la retina.  Aquel verano del encuentro tibio, incertidumbres ante un paisaje desconocido y nuevo. Soledad conjurada. Un vacío que era menos con tus ojos, un juego que resultó ser falso. Esas promesas que nunca se cumplieron. Telas azules que nunca se usaron. Gestos imaginados que nunca tuvieron presencia. La vaguedad. Frívolas canciones que adornan esos días y arropan esas noches. Fuiste nada en aquel verano del encuentro.  El verano pasado con un descubrimiento. Calidez, suavidad, palabras que se cruzan. Encuentros y voces que en el aire se escribe con voluntad efímera de perdurar un día. De guardarse en el oído como sueños inconclusos. Confidencias. Todas las confidencias. Aquí estoy para verte. Estoy, soy, cómo estás. Me inquieta tu silen

Tus ojos

Cuando la solitaria rosa de tu aliento ya vivía en una penumbra equivocada, cuando las manos eran como alas de gaviotas, lentas y posadas la mayoría del tiempo, aún tus ojos conservaban la risa, esa cualidad de tu mirada que era inconfundible. Mirada de frente sin perfiles vacuos, mirada inocente y plena a la vez. Mirada tierna, alada, limpia, irónica, valiente. Tu forma de mirar, sin el recelo de los que anuncian calamidades, de los que injertan soledades en la vida de los otros, de los que portan emociones tóxicas para hacer más difícil la existencia.  Tus ojos facilitaban la conversación, abrían caminos. Eran de verdad tanto como la mentira se alejaba siempre de ti por no encontrar hueco donde hacerse presente. Tus ojos tejían un universo de afectos en torno de tu vida y así era posible hallarte en cualquier sitio, como un eslabón de ilusiones que nadie antes que tú hubiera osado imaginar. Así eran tus ojos, con su tenue claridad dorada, ese toque de humor leve pero preciso,

Tres años de las flores de estío

Sombreabas la casa con tus manos, a base de esas plantas que sembraste en un intento de ser el jardinero que el tiempo había alejado de tu oficio. Esas pequeñas cosas te distinguían de todos. Saber por qué soplando el viento sur la lluvia está cercana. Conocer el secreto de la vid y el olivo. Domesticar el suelo con estrellas cazadas en lo alto. Vivir con el aroma del mirto y de las rosas. Todo era verde en ti, verde trenzado en tiempos que ya nunca volviste a conocer pero que ansiabas.  La casa te recuerda. Han pasado tres años. Y tú a veces te mueves, con eco imperceptible, por entre sus rincones, como si aún existieras y no te hubieras ido. Pero ocurrió. La noche de un agosto clamoroso y cansino. La noche final de una existencia breve. Te fuiste y se apagó la luz de tantas flores como sembraste a mano, con la fe de quien sabe que florecer es ley de vida y razón del ser del campo.  Así que ahora las flores claman por tu presencia, te buscan y no hallan. Te demandan sin

Ahora puede pasar el tiempo, sin que repare en él

Voy a mirar al frente. Allí está la cocina. Rebanadas de pan sobre la mesa. Un tarro de cristal con el aceite. Luz desde la ventana, desde las puertas, luces. En la mesa me siento y noto ese sonido peculiar del silencio cuando se acerca a mí. Muy dentro del estómago encuentro un haz de lágrimas que se han aposentado y no pueden tener permiso de salida. Voy a empezar el día y no me falta nada. Tengo hambre, una tostada, un café y mucho sueño. El tiempo tiene escrito que pasa como quiere, que surca nuestras horas sin detenerse casi. Pero yo lo discuto, lo rompo todo hoy, porque no quiero estar anclada en este día y tiene que pasar, como pasan las olas.  Planea como una incógnita el paso de este tiempo. Las lágrimas que trae, los huesos rotos, las articulaciones del alma que asemejan gotas de sol sobre una herida abierta. Vives corriendo para ver su sonrisa, vives volando para olvidar sus ojos. Entre tantos dolores una esperanza con un regusto dulce: olvidar, el consuelo de no su

"Nada crece a la luz de la luna" de Torborg Nedreaas

El sueño de una buena narradora es encontrar a alguien que la escuche. Sentarse a desgranar las horas y los días, los hechos del pasado, el anhelo que el futuro está esperando aún a cumplir. Contar es tan antiguo como el hombre y sirve el mismo verbo para las matemáticas y el lenguaje. Contar cuentos, contar cantidades. Esa polisemia lo convierte en un hallazgo, en un camino cierto para lograr el milagro de la comunicación. La mujer de este libro tiene cosas que decir, cuentas que ajustar, paraísos que descubrir, errores que pagar. Solo necesita un oyente, alguien que, en la oscuridad de la noche primero y en la fría madrugada después, se apropie del sonido de su voz mientras enumera esos momentos de su vida que la han convertido en lo que es. Como una Sherezade que quisiera  borrar de un plumazo los cuentos y sustituirlos por los retazos de una vida rota. Es así como Torborg Nedreaas ha concebido su historia. Es así como transcurre. El secreto está en lo que se cuenta y tambié

Qué silencio de luna presagiado...

(Fotografía: Henri Cartier-Bresson) Búsqueda inexistente, un presagio, la inocencia perdida, cuántas cosas te dije, te conté, describí ante tus ojos. Las anchas escaleras del pasado se convirtieron en pasaje secreto en el que escondes todo lo que daña, lo que no hace sonrisas, lo que destruye el tiempo. Así, contigo en esa abierta dicha, como si nada antes tuviera color, sabor o sueño, así de firme y clara me he mostrado ante ti.  Abrí de par en par mi vida y la puse delante de tus ojos. Todas las noches subía la enredadera de tu mirada única, de tu ardor diferente. Deseé que me besaras, pero no fue posible. No hubo nada, ni tan solo caricias. No hubo nada, ni tan solo silencio. Nada, ni ese momento en el aire suspendido en el que hallas al otro lado un fuego abrasador que te conmueve. Nada. Ese es tu nombre, nada. 

El aire se llevó tu nombre

(Henri Cartier-Bresson. Mercado do Bolhao. Portugal)  Tuve un sueño en el que tú no estabas. En lugar de apreciar tu huella efímera, tu rostro amado, estaba él, un muchacho al que apenas conozco, alguien que me ha mirado como tú nunca has hecho. En el sueño las cosas encajaban. Los vestidos, de telas transparentes; el color de la noche, tan opaco como suele ser el verano cuando el calor arrecia; la caída de la lluvia, en ese arco pálido de luz cuajado de brillantes arquetipos. Todo tenía sentido y él también. Tan solo tú, tan solo tu presencia jamás imaginada, el hueco presentido de tu aliento, tu olor que no conozco y nunca identifico, solo tú, ese especial latido que encuadra tu mejilla, solo eso se ocultaba, como las viejas sombras de Manderley al lado del fuego que lo arrasa, entretanto te miro y no te hallo.  Debe de ser amor esta nostalgia de no haberte tenido y no escucharte. 

Novedades de Acantilado para el otoño de 2016

La editorial Acantilado ha lanzado ya la primicia acerca de los libros que saldrán a la luz en este sello durante los meses septiembre, octubre y noviembre de 2016. Entre las novedades anunciadas hay algunas que me resultan de especial interés: "Noche es el día" de Peter Stamm, por ejemplo. También "Tardía fama" de Arthur Schnitzler, ambos en septiembre. En el mes de octubre destaco una entrega de Georges Simenon "El muerto de Maigret" o la correspondencia entre Friderike y Stefan Zweig. Por último, en noviembre aparecen "Domingo sombrío" de Alice Zeniter y "Amores imperfectos" de Hiromi Kawakami, entre otros.  Uno de los libros me llama especialmente la atención. Se trata de "Amor y filología" y recoge la relación epistolar entre María Rosa Lida y Yakov Malkiel. Ambos filólogos se casaron en 1948 en Berkeley. La historia de María Rosa Lida es especialmente interesante y de ella daban cumplida cuenta en la universidad

El ruido solitario del corazón

(Aristide Maillol. Profil de femme. 1890) Estás cerca del mar y aun lejos, inaccesible, sin que puedas verlo ni tocarlo, su música aparece en cada una de las olas que golpean con diminuta fuerza en esa orilla. Nunca el mar ha estado en su telón de fondo. Nunca en sus encuentros existió. Y, sin embargo, el mar se lo recuerda a cada instante, como si lo llevara en su pupila, como si sus palabras se dijeran mezcladas con las suyas, como si el eco de su voz palpitara tan dentro.  Estás en la colina, contemplando el silencio que a veces trae el estío y un aire inmaculado te recuerda sus ojos, su mirada, que tiene ya un cansancio que destila y que te hace quererlo más profundo. Una ensenada de besos volaría si pudiera y se aposentaría en su mejilla izquierda y las manos tendrían el vuelo de las noches, antes de que el reloj señale la hora exacta del adiós y la pérdida.  Estás en la ciudad y siempre esperas que aparezca en un recodo, que se convierta en presencia y te aturda

Cuentos para Francine van Hove: Click

(Francine van Hove) Nunca lo hubiera hecho. Jamás. Si pudiera volver atrás y borrar ese acto. Ese simple gesto, ese sonido tenue, ese momento en el que el pasado volvió para convertirse en un presente tenso y sin futuro. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Nunca hubiera escrito las primeras palabras, nunca hubiera abierto un corazón perdido, nunca hubiera regalado esos versos, ni contado esas historias.  No debió haberlo hecho. Ella tenía la soledad anclada en las manos pero era preferible a una mentira. Era preferible al miedo de equivocarse. Era preferible a la ostentación de algo que nunca alcanzaría, que nunca sería suyo. Ese dolor de la risa ajena. Esa imaginación de la dicha. Ese vuelco en el corazón por el secreto que aparece de pronto.  Nunca lo hubiera hecho. Es mejor el vacío, el mejor el silencio, es mejor no esperar, no tener, no sentir, no ser, no cavilar, no soñar, no mirar, no saltar de la cama, no saltar de alegría, no salir prendida de un deseo, no tener un d

A veces, el silencio...

(Ramón Casas) No te dejes llevar por mi sonrisa ni por esa inquietante mirada de mis ojos ni por el movimiento de mis manos ni el rojo intenso de mi lápiz de labios. Más bien fíjate en el silencio en las horas que paso sin hablarte en los huecos que dejo entre palabras en las oraciones inconclusas y ajenas de sentido. Repara en todo eso hoy que ya sabes que tiemblo solo de tenerte cerca que busco ser, al menos una hora, el motivo fugaz de una ilusión sin límites. 

Tarde azul sobre un tiempo dorado

(Pintura de Ramón Casas) Recuérdalo recuérdalo en el próximo otoño cuando los días sean cortos y largas las noches cuando el desasosiego llegue y se alejen las distracciones cuando algún acontecimiento te haga necesaria.  Recuérdalo recuérdalo en las noches de soledad cuando una punzada de ausencia lo inunde todo cuando se espere tan poco que la vida no cubra cuando no haya donde mirar ni mirarse. Recuérdalo  recuerda este dolor de ahora recuerda que este vacío existe y tiene nombres recuerda que eres tan solo un instrumento un juguete perdido, una moneda sin valor. Recuérdalo recuerda que los instantes se clavan en el alma recuerda que no tienes donde volver los ojos que su hombro no está para llorar ni besan sus labios, ni sus manos acarician.  No dejes de recordarlo porque de esa manera el olvido tendrá un camino abierto así un día tus ojos dejarán de soñar con su mirada esquiva así no dolerán sus adioses ni su indiferenc

No me dejes

Sonaba una canción en francés. El cantante tenía la voz trémula, gastada, como si de verdad sintiera lo que la copla decía. Es la música, piensa ella, que te hace encontrarte de frente con lo que no quieres saber ni ver. Así es la música, una manera única de levantar el ánimo o de hundirlo del todo.  No me dejes, decía aquella voz. No me dejes, pensaba ella. Es imposible que me olvides. No puede haber cambiado tanto de ayer a hoy. No pueden haberse sembrado mentiras donde antes hubo sueños. No es posible que hoy sea olvido lo que ayer se vistió de esperanza. No me olvides y, sobre todo, no me dejes.  La voz se va agostando, se termina y la música cesa. Todo se para. El mundo se ha parado de repente. Ella recoge la tristeza con las manos, se arropa y se devuelve una sonrisa en el espejo. La sonrisa confirma lo que ya ha adivinado de antemano. No me dejes, repite, no me olvides, no puedes olvidarme. Soy la misma persona, piensa ella. Mi risa es la misma y son las mismas estas

Aire breve

(Mujer de vestido rojo. Ramón Casas) Cuando la vida se escribe en letra mayúscula y los acentos recaen siempre en la misma palabra, cuando las horas transcurren como olas marchando y regresando de continuo a modo de canción de una sola estrofa... es entonces cuando entiendo que la nostalgia prende que las manos se curvan, que los ojos se llenan de una velada penumbra sin secretos de un resplandor fugaz de una victoria que no sé describir sin hablar de besos encendidos.  Cuelgo entonces en mis labios la risa como una máscara de un teatro inventado callada soledad, abierta, plena, difusa soledad en lo que soy, mastico el nombre que te di al tenerte maldito corazón, vigilia rota, dentro de esa razón hallo un secreto que no sabes, ni sé, ni se comparte,  que no está, que no existe, que no es nada salvo aire, la tenue sombra anclada en el vacío. 

"La librería ambulante" de Christopher Morley

Este libro se editó en España, con Periférica, en el año 2012, pero el que tengo en mis manos es la décima reimpresión que se hizo en abril de 2016. En otro lugar de este blog reseñé la segunda parte "La librería encantada". Entonces hubo lectores que me comentaron que les había gustado más este de ahora. Cuestión de gustos. En todo caso, todo Morley y su ingenio están aquí y allí.  Roger Mifflin, el librero, y la señorita Helen McGill, son los protagonistas de esta historia, un clásico de la literatura norteamericana que vio la luz por vez primera en 1917. Personajes tiernos, entrañables, dotados de ingenio y de una ligereza que no es simpleza sino aguda observación y un sentido práctico de la vida que los lleva a encontrar en los libros todo aquello que la cotidianeidad a veces oculta. Hondas reflexiones, ironía, gracia muy especial, movimientos pendulares de razonamientos que te hacen reír sin más, espectaculares diálogos y el poso hondo de la literatura en su relac

Puentes

(Puente de La Pepa, Cádiz)  Con el mar en calma, en esos raros días en que el viento, los vientos, hacen vacaciones. Con el sur dispuesto a arrojar lluvia. Con el levante en acción, faldas al aire, cabellos en la cara, arenas imposibles. Con el poniente, húmedo, pegado a los ojos, desértico de grados.... De todas las maneras y en todas las músicas posibles, los puentes, este puente y su hermano mayor, sobre la anchurosa bahía, lentos para construirse, firmes para sostenerse, hambrientos de anécdotas y sueños, los puentes sobre la bahía se yerguen y levantan el sueño de que la tierra vuela sobre el mar.  Cruzas los puentes como un trasunto de la vida. Recorres sus aristas, sus elevaciones; observas su rápido vaivén, sus cimientos volátiles. Cruzas los puentes y te encuentras contigo. A uno y a otro lado de su territorio estás tú. No puedes escaparte. Ni siquiera intentarlo. Así te ves, de niña presurosa, de joven a la espera, de mujer todavía en el aire la búsqueda. 

Si te hago una pregunta, se hunde el mundo

Tendré todos los besos que no diste los versos que escribieron en el aire antes que tú, sin duda,  los que te precedieron en mi alma,  un enjambre de abrazos florecidos. Tendré, seguro, el tiempo que gastaste en buscarme una ecuación de sueños al cuadrado. Tendré, lo tendré todo, pero no será ahora ni será mañana no anunciado, ni firme ni en penumbra sino más bien oscuro, temido, acuciando sonrisas. Así será, mas ni siquiera tú, ni siquiera tu rostro ni tú, ni tus manos siquiera, ni tu boca, ni tú, ni tú nada dirás, ni tú te darás cuenta y en presentido afán volcaré este silencio escrito ahora, sin más luz que la tuya. 

Inocencia enamorada

Hay editoriales de las que puedes leerlo todo. Una de ellas es Libros del Asteroide. Me fío completamente de su criterio, como si fuera una amiga que es tan buena lectora que siempre te aconseja que leas algo bueno. Algo especial. Como en las bodas: algo azul, algo viejo, algo nuevo, algo prestado. Por cierto: ¿por qué en mis bodas no hubo nada de eso? Ese "algo" es, en esta ocasión, "Un amor que destruye ciudades" la primera obra traducida al castellano de la escritora china Eileen Chang. Con esa deliciosa forma de nombrar que usan los orientales a partir de los ordinales: la primera hermana, la segunda amiga, la tercera abuela, el cuarto señor.... Eileen Chang es una más de las escritoras que llegan a mí, como si fueran palomas que vuelan solitarias y sin rumbo, para ser descubiertas y acogidas sin remedio. Voces de mujeres que escribieron, algunas silenciadas, otras olvidadas, las más, tenuemente obviadas del mundo masculino de los best. Podía contar

Leyéndote...

(Francine van Hove. París, 1942) Esplendorosa, directa al corazón, tu palabra, ella sola, tu palabra. Eco de ti, nombrado, único, sed de silencio que no es ni se convierte en nada.  Tu palabra. La amé antes de conocerte y la amo todavía,  aunque las rosas se hayan marchitado, aunque el alma me duela de repente. Tu palabra ya en ti, en cualquier cosa. Lo tibio de tu voz, vocabulario, inventos, giros, equivocaciones, tu palabra perdida me duele como el llanto.  La espero pero nunca me aparece, no llega no está, no se acerca, no emerge,  tu palabra, ni tú, ya no te espero, no la espero, no es, no existe,  ya no soy. 

Si tú estuvieras...

En esa hora calma del atardecer cuando el sol pasa de súbito del azul al rojo cuando el agua parece vibrar y convertirse en ascua es entonces cuando miro a mi alrededor y descubro las sillas vacías y el silencio. La ciudad se estremece esperando la noche esa vaga promesa de encuentros y de besos mientras el horizonte se tiñe de ojos claros de nubes convertidas en simientes apenas horadadas de tiempo sin raíces. Así tú ya no estás. No queda  nada de lo que fuiste ni palabras ni ecos ni emoticonos no hay nada y la pantalla permanece vacía sin lágrimas ni risas, en total soledad,  total desgana.  Si tú estuvieras, estallaría un enjambre de besos imposibles  contaríamos historias que nunca tendrían fin y un sueño inmaculado a veces inconstante otras veces dorado, otras de tinta azul en tantas soledades terminaríamos siendo tú y yo como otras noches como otros días ayer. 

"Las pequeñas virtudes" de Natalia Ginzburg

Hay por algún sitio de este blog noticia de otros libros de Natalia Ginzburg (1916-1991). Italiana de Palermo ha dejado una obra compuesta de relatos, novelas, teatro, biografías y ensayos. Al repasar su vida no pueden dejar de mencionarse los nombres de Leone Ginzburg, su marido, que murió a manos de los nazis en 1944 y de su gran amigo y colaborador en la editora cultural Einaudi, Cesare Pavese. Pavese era tan buen escritor como hombre atormentado, alejado siempre de la felicidad y del concepto de rutina tranquila que el hombre ansía para sobrevivir. Su desequilibrio existencial le llevó al suicidio. Por su parte, Leone, tras haber fundado Einaudi junto con Pavese y el propio Giulio Einaudi, murió atrozmente torturado.  El paisaje personal y sentimental de Natalia está poblado, pues, de dolor. Un dolor que ella conjura, o pretende hacerlo, con la escritura, con la literatura como medio de expresión y de redención. Una manera de situar a los fantasmas de su vida en un lugar

Queriendo no pensarte

(Modigliani) Hay cosas, cada día, que no pueden dejarse por más que exista el frío o que el calor apriete o que la lluvia baile y lance su sonido contra el cristal que guarda tus instantes de cielo; hay cosas que realizas automáticamente usar la nutritiva, ponerte la hidratante, el contorno de ojos, el labial, el perfume, a pesar de que el sueño te venza en ocasiones a pesar de que el tiempo te corra más aprisa... Hay cosas que sostienen tu inmenso y cotidiano temblor de cada tarde o el sol de las tormentas y buscas entre ellas un motivo aparente para que nada cambie, para que te asegure que el alba es un capítulo que se escribe sin hache y tú devuelves todo a la vida que fuiste... Entre las cosas, todas, están las que no quieres, están de las que huyes, están las que lastiman. Están tus ojos quietos, está tu boca firme, están tus manos blancas, está tu cuerpo frío,  están tus oquedades, están tus sinsabores y también tus constantes, absolutas men

La noticia ha llegado por teléfono...

El calor del mediodía se ha visto interrumpido por ese sonido hosco, que parece anunciar siempre algo inconveniente, salvo cuando, detrás del aparato, está la voz que deseas oír, esa que ya no suena nunca.  Alguien, entre sollozos, un familiar cercano, te acerca la noticia y te lo cuenta a media voz, como si nos estuviera grabando el CNI y no hubiera de dejarse constancia de nada. Es una nota íntima, familiar, un susurro, un algo que a pocos importa, salvo a los que lo conocimos y a los que, durante algunos años, compartimos con él juegos, risas y charcos tras la lluvia.  Agustín ha muerto, dicen las palabras. Agustín, tan joven y con tanta vitalidad, tan risueño, tan lleno de ese aire permanente de duda, tan supuestamente dado a la vida, Agustín, ha muerto, vuelven a repetir esta vez los ecos. Agustín, que tenía hijos y esposa y que disfrutaba del campo como del agua para beber y que era bastante arisco para los besos y algo tosco para expresar los amores y dificultoso pa